EL LLANTO DE LA MADRE TIERRA

Hoy, aquí y ahora, soy testigo una vez más de la capacidad destructiva del ser humano. Tras el ventanal de este moderno autobús observo la mayor de las atrocidades. Hace no mucho tiempo, este lugar estaba surcado por preciosos ríos con sus tonos verdosos. Cada atardecer desde hace cientos, mejor dicho, miles de años estas orillas celebraban el más auténtico cantar a la vida, el más bello de los sonidos. Aves de todo tipo, animales de todos los tamaños y colores sumergían este lugar con su danza milenaria resonando entre los majestuosos árboles.  Aunque sea dificil de creer,  algo terrible sucedió hace escasos años, cuando dabas tus primeros pasos, cuando hicistes por primera vez el amor, cuando mirastes a los ojos de tu bebe recien nacido, mientras tanto, esto fue lo que pasó.  Aquel bello grito a la vida fue silenciado. En un momento dado los diminutos seres humanos nos creímos más inteligentes, más importantes, más necesarios. Arrasamos con todo. Fuimos capaces de silenciar el aullido del jefe de todos los simios, tumbamos al más grande y fuerte elefante, exterminamos a la más peligrosa de las serpientes y pisoteamos a la araña mas letal. Sentado en este cómodo sillón recorro lo que una vez fue la preciosa piel de nuestra madre naturaleza. Hoy, una triste herida tras el zarpazo del más temible de todos los animales que jamás haya pisado la faz de la tierra. Tú.

 

En este grisáceo día de Julio observo asombrado lo muy perjudiciales que podemos llegar a ser. Tras el cristal poco queda por ver. El aceite de palma que tan poderosos ha hecho a unos pocos avariciosos devasto este bosque. El paisaje es monótono y aburrido. Las palmeras plantadas por el hombre asfixian este territorio alineadas en una trágica y perfecta geometría al igual que lo hacen los miles de soldados en su marcha militar. Llevo ya horas en este frío armazón metálico y aún no he visto ni un solo animal, ni un triste y perdido pájaro que con sus coloridas plumas le grite a su madre, nuestra madre, por una merecida revancha, un revivir.  Este suelo que una vez vio correr al

fascinante tigre hoy es yelmo y vacío. Hoy son meras zonas de paso entre una línea de finos troncos y otra,

separados unos de los otros por la distancia exacta para permitir el paso de los vehículos que recogen el preciado aceite. El último felino hace ya tiempo que cayó. Nuestra avaricia arrasó con este lugar sagrado.

 

Y me pregunto yo, ¿ es el hombre tan importante? ¿acaso somos más necesarios en este azulado planeta que cualquier otro ser vivo?  Me niego a pensar que así sea. Hoy, aquí y ahora le grito a la vida, le seco las lagrimas a nuestra madre y le pido perdón. Tal vez sea nuestra generación la que tenga que soportar la enorme responsabilidad que supone la supervivencia de nuestra amada tierra. Dime, ¿te unes a nosotros en esta lucha?

 

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Todas las images © Contemplate the Planet

Fotógrafo: Javier Pérez-Cuadrado de Santiago